Eduardo Gudynas es un ambientalista reconocido en América y referente entre los activistas. Es crítico de las políticas de Rafael Correa.
El ambientalista uruguayo Eduardo Gudynas considera que América del Sur da un giro hacia el progresismo. Un nuevo animal político lleno de contradicciones. Hace un diagnóstico del debilitamiento del proceso ambientalista en Ecuador iniciado por el mismo Rafael Correa.
¿Los ambientalistas están perdiendo la pelea con los gobiernos en América Latina? En el mediano plazo hay que reconocer que los problemas ambientales se han ido acumulando, pero por otra parte hay que reconocer que ha habido avances importantes y todos los países tienen organizaciones ambientales consolidadas. En América del Sur completaron sus reformas de primera y segunda generación de la legislación ambiental; en gran medida por empuje, presión y denuncia desde la sociedad civil. Y lo que está sucediendo ahora en los países de América del Sur es que, en buena medida, las leyes están… pero no se aplican o se aplican mal. Están las agencias ambientales pero no trabajan de forma eficiente, no hacen controles rigurosos y muchas veces están sin presupuesto y sin personal. Entonces estamos en una situación de complejidad en la aplicación de la normativa y en la fiscalización. Y paralelamente no logramos dar un paso hacia nuevas normativas que son necesarias en el siglo XXI. Y tal vez Ecuador sea el caso más contradictorio…
Es el único país que reconoce derechos a la naturaleza… Claro. Ecuador es el único que dio el paso innovador de tener los derechos de la naturaleza en la Constitución pero no logra aplicarlo en la cotidianidad de la gestión del Estado, las empresas, la sociedad en todo su espectro.
¿Qué ejemplos tiene usted de este estancamiento en América del Sur? Un problema que se repite en los demás países son ciertos proyectos de extractivismo de tercera y cuarta generación, me refiero a megaminería a cielo abierto o explotación petrolera en la Amazonía, que son ambientes de alto riesgo. O de cuarta generación el fracking, la explotación del gas por fractura… Si aplicaran en serio los derechos de la naturaleza no habría explotación de nuevos pozos petroleros en la Amazonía. Eso es evidente porque sin duda el impacto ambiental es enorme y por más que se apele al sueño de resoluciones tecnológicas… los riesgos de accidentes son muy altos, tan altos que no vale la pena llevar adelante el emprendimiento. A esto me refiero con esta nueva mirada ambiental, que está más basada en el riesgo que en el optimismo tecnológico. Lo grave es que esto se repite en todos los países.
¿Cuáles son los problemas ambientales similares al de la explotación petrolera en el Yasuní? Uno me parece muy impactante… dos gobiernos muy distintos como el de Colombia y el de Uruguay, uno calificado de centroderecha y otro que expresa una izquierda con una coalición política muy estructurada. Dos presidentes distintos, como Santos que viene del patriciado, volcado a sectores conservadores, y Mujica, guerrillero que estuvo preso y entró tardíamente a la política formal. Lo impactante no es que sean distintos sino que los dos gobiernos quieren hacer megaminería. El principal proyecto económico de inversión de Mujica es iniciar en el país la megaminería de hierro a cielo abierto. En esto se parece a Ecuador porque eran los dos países que no la tenían. Esas circunstancias se repiten en todos los países. Hemos llegado a una situación en la cual los países latinoamericanos no saben hacer otra cosa que no sea el extractivismo.
¿Por qué pasa esto? Eso tiene que ver con las dificultades que han encontrado en la gestión cotidiana del Estado. Todos los meses tienen que pagar los salarios, obra pública… Han perdido la capacidad de innovación y renovación que tenían cuando estaban en la oposición. Por otro lado los ha atacado un reflejo electoralista.
Las organizaciones de la sociedad civil están perdiendo la capacidad para enfrentar esa ola de cambios en las líneas de esos gobiernos. En Ecuador hay el Decreto 16, el duro control a las ONG, a diferencia de otros países… Y no los quiero deprimir. En todos los países de gobiernos progresistas, sorpresivamente está habiendo acciones del gobierno y reformas administrativas y judiciales para encapsular y limitar, e incluso condicionar, las acciones de las organizaciones ciudadanas. Y ustedes tienen un gran abanico de acciones, hay acciones ante la opinión publica, por ejemplo Lula y Mujica constantemente se burlan de las organizaciones ambientalistas. Lo hacen repetidamente diciendo de que son pedidos tontos que traban el progreso del país, que son trasnochados, que representan una burguesía anticuada, etc. Hay acciones intermedias que ocurren en Argentina y en Brasil como son judicializar a los líderes ciudadanos. Son juicios o procesos a los líderes en temas civiles. Luego un proceso complicado se vive en Bolivia y Ecuador donde el gobierno exige que las organizaciones ciudadanas cumplan un nuevo tipo de normativas que implica el visto bueno desde los ministerios del Estado. Y tienen además siempre la sombra, el riesgo, de que puedan ser clausuradas o expulsadas, cuando violan algunas de las normas a criterio del gobierno. El problema es que esas normas violadas son muy discrecionales. Por lo general tienen que ver con protestas o denuncias que están asociadas con derechos ciudadanos, con organizaciones de pueblos indígenas o temas ambientales que afectan la inversión. No es tanto el problema porque haya o no contaminación, sino porque impidan o puedan invertir la llegada de inversiones o la marcha de un proceso exportador. En el fondo las que se protegen son razones económicas.
Entonces, estamos llegando a un punto donde puede haber más radicalidad o más política. ¿Una solución es crear partidos verdes? No, la experiencia latinoamericana indica que los partidos verdes no han sido un proceso fructífero. Porque además hay partidos verdes de centro, de izquierda y de derecha. Y no han funcionado. Lo que si ha funcionado potentemente es la introducción, la dimensión verde en la vida de diferentes corrientes políticas. Lo que ha pasado en los últimos años es que –sorpresivamente– la izquierda se suponía que al llegar al gobierno iba a ser una izquierda multicolor: roja por izquierda pero iba a incorporar lo verde del ambientalismo y los colores de otros movimientos sociales, tema género, indígena… pero no lo hizo. Esa es una izquierda marrón porque le interesa el extractivismo, como la minería y el petróleo. Estamos comenzando a distinguir y separar que no es lo mismo la izquierda, la vieja perspectiva de izquierda de fines de los 90 y principios de los 2000, y el progresismo gobernante. Entonces izquierda y progresismo ya no son lo mismo. El progresismo del gobierno se está convirtiendo en otro animal político, con una identidad política distinta.
¿Cuál es esa identidad? Sin duda son gobiernos democráticos. Pero tienen todas esas restricciones para las manifestaciones de la sociedad civil y eso es una ruptura con la vieja tradición de izquierda. La vieja tradición de izquierda era claramente popular. Por ejemplo, no se entiende que un gobierno de izquierda, supuestamente, pero progresista, reprima manifestaciones de estudiantes. Era esa izquierda que quería radicalizar la democracia, plebiscitos, consultas nacionales y a escala municipal. El actual progresismo en el gobierno le tiene miedo a las consultas y plebiscitos. Así como en Ecuador hay un debate sobre la consulta ciudadana sobre el Yasuní, en Uruguay hay una iniciativa ciudadana para plebiscitar una reforma constitucional para impedir la megaminería y el gobierno de Mujica se opone también… Era una izquierda profundamente respetuosa y promotora de las relaciones con los movimientos indígenas porque en buena parte llegaron al gobierno gracias a ellos. Ahora hay gobernantes progresistas que se burlen de los indígenas… Los persiguen o cuestionan, como sucede en Bolivia, intentan coaccionar o presionar sobre sus organizaciones nacionales. Era una izquierda que defendía la justica social. Y en algunas dimensiones, económica, cultural, acceso a la vivienda, a la educación, a los servicios de salud, un abanico de derechos… pero el progresismo gobernante se ha enfocado en lo económico y en especial en las ayudas económicas a los más pobres. Eso es muy potente pero la justicia social es mucho más que pagar un bono por mes. Esas otras dimensiones de la justicia social han quedado relegadas por el asistencialismo económico mensual en estos programas de pagos a los sectores más pobres. Estos gobiernos progresistas no son conservadores, también hay que reconocer eso. No lo son. Pero no es la izquierda de 10 años atrás.
Sin embargo, aquí nuestro Presidente es católico e impone sus principios al país… En los otros países igual. Tabaré Vásquez vetó la ley de derechos reproductivos y no es católico. Ahora se le dio paso con Mujica. Pero antes no. Otro punto de mi teoría es que la izquierda llegaba a los gobiernos es agrupamientos políticos partidarios. Se ponía énfasis en el proceso, no en el líder. De hecho uno de los eslóganes de Evo Morales es que él seguía obedeciendo al pueblo y eso se ha invertido. Y los gobierno progresistas dependen mucho de la personificación del líder.
¿Hacia donde va todo esto? ¿Un nuevo tipo de autoritarismo? No utilizaría la palabra autoritarismo. Aunque hay restricciones, problemas, presiones. Pero me parece un poco temprano para usar la palabra autoritarismo. Aunque en algún sector sí hay medidas que puedan calificarse de esa manera. Los peligros que veo en una reflexión preliminar son que así como el progresismo es un nuevo animal político, genera una oposición político partidaria desde un nuevo tipo. Entonces –sorpresivamente– se está generando una nueva derecha que tiene otro talante, otra flexibilidad y otras innovaciones. Están contribuyendo a mercantilizar más a la sociedad y eso va en contra de ese empuje de izquierda. Todo son compensaciones económicas para los más pobres, que están bien pero no alcanzan. En minería o petróleo se intenta acallar la oposición local diciendo ‘yo les traspaso más dinero de las regalías’ y además se alienta la adhesión electoral con el consumismo de masa para los sectores populares. Se ha perdido esa visión crítica sobre la calidad del consumo y qué es bueno o malo para nuestro bienestar. Una siguiente dimensión que me preocupa: como todos estos gobiernos son extractivistas, compiten internacionalmente entre ellos y al competir entre ellos no hay avances reales en la integración sudamericana porque todos exportan lo mismo. Compiten con los vecinos en exportar y en atraer inversores, la integración ha avanzado en el plano político, migración, tránsito de personas, pero está estancada en poder articular la producción entre nuestros países… facilitar la industrialización regional.
¿Entonces dónde se debe buscar el nuevo equilibrio si estos gobiernos llegaron al poder con ese discurso? El primer paso para resolver el problema es reconocerlo. Eso es extraordinariamente importante porque en varios países los gobiernos progresistas dicen ‘yo soy la alternativa y no hay nada más allá de nuestro gobierno’. Reconocer que puede seguir avanzado en el proceso de cambio es el primer paso. El segundo es que hay algunos elementos de aquel aprendizaje de la izquierda de los 90 y principios del 2000 que son claves, uno es que los procesos de cambio son democráticos, Mujica y Chávez abandonaron su etapa de golpismo y pasaron a la democracia. Es clave una fuerte compenetración con derechos humanos. El progresismo, a veces, va para atrás en la defensa de los derechos humanos. Hay que recuperar la dimensión ambiental, la dimensión de género, una interculturalidad que sea respetuosa de los pueblos indígenas. Sumando esto y otros elementos hay otra forma de construcción política. No es el talante de ser despectivo a los que tienen ideas diferentes sino que es construir con ellos. Como va a haber una crisis en el comercio internacional, en el lado energético o por el lado económico financiero, los países sudamericanos que no preparen estrategias alternativas al extractivismo exportador van a estar en serios problemas… y eso tendrá enormes consecuencias políticas.
Algunos están a destiempo… Todos. Es un problema de todos.
Fuente: Jean Cano, Plan V