Miles de personas han llegado a dar comida a los cerros y centros de acopio, mientras en el albergue del Centro Cultural El Trafón, hemos compartido la mesa con damnificados, estudiantes, trabajadores e incluso militares y carabineros. En un acto de empatía, de solidaridad o lo que sea, en todas partes se preguntan ¿qué van a comer ahora quienes lo han perdido todo? ¿Cómo van a cocinar? ¿Qué le van a dar a sus hijos? Y finalmente se levantan para compartir su pan, sus papas o sus tallarines.
En el periplo de coordinar, buscar y repartir alimentos, llegamos al Cerro La Cruz donde Yamilet (no damnificada) levantó un kiosko que ha funcionado como base de operaciones, en el que se reparten útiles de aseo y alimentos.
Allí, cuchareando unos deliciosos porotos con riendas, tuve tiempo de enumerar las situaciones vividas, las frases escuchadas, los argumentos esgrimidos. No sé si será el hambre o la cercanía con semana santa (este año sin Judas), pero antes de escribir sobre política, consecuencias o conspiraciones, tenía que detenerme en lo más básico, lo primordial: la comida. Porque todo lo vivido estos días ha sido atravesado por dos elementos: el fuego y el pan.
En Chile hay gente que come mucho pan
La periodista pregunta: ¿Por qué se vienen a vivir a este lugar tan peligroso? La mujer contesta: “Los pobres no elegimos donde vivir”. Las redes sociales enardecen como lo hizo Valparaíso, se retwittea y se comparte la elemental sentencia, no de la periodista, sino de la sencilla mujer de los cerros de Valparaíso. Su frase nos golpea fuerte, nos hace despertar. En Chile hay pobres. Era tan simple, era la respuesta que buscábamos. Es que entre entre tanto brillo, entre tanto twitter y activismo online, este país en “vías de desarrollo” logró con éxito invisibilizar la pobreza. Las estadísticas mienten, como dijo Nicanor Parra: “Hay dos panes. Usted se come dos. Yo ninguno. Consumo promedio: un pan por persona.” En Chile hay gente que come mucho pan y gente que consume muchas estadísticas.
El pan nuestro de cada día
Miles de personas han llegado a dar comida a los cerros. Cientos de kilos de papas chilota, llegaron directamente desde la isla, para que quienes la han pasado mal prueben ese producto nacional, lujo de pocos. Todos quieren compartir lo que tienen, lo que los enorgullece. Cocineros, chefs de prestigiosos restaurantes se han ofrecido para acariciar con sus recetas a albergados, damnificados y voluntarios, e incluso a carabineros y militares, que a veces se animan a compartir. La comida nos une, nos regaloneamos con la comida que unos a otros nos preparamos, y en la mesa o al lado del fuego, compartimos anécdotas, datos, información, ideas y sueños.
Por eso es tan importante la labor de la RED POPULAR DE ALIMENTACIÓN, que organiza cocinas comunitarias, “Cerro Arriba”. El Colectivo “Pebre” ha cocinado cerca de 3mil almuerzos y cenas diariamente, para repartir en los cerros. Y hasta el cerro han llegado también voluntarios de la “Revolución de la Cuchara” a entregar comida vegetariana. Y hace poco fue viernes santo, algunos recordaron a un hombre que se sentó a una mesa y partió un pan, cuántas cosas se gestaron ese histórico día. Concuerdo con los vegetarianos, comer puede ser revolucionario, el asunto es cómo, qué y dónde.
Los porotos son un lujo, la luna es para todos.
Veo la luna aparecer, bajo la mirada. Dos cucharadas de porotos después, la luna ya está sobre las casas. La luna que hace unos días fue roja por el eclipse y por el fuego. “¡Porotos! Hace como un año que no como porotos” me dice una mujer. La miro con cara de extrañada y continúa “Es que están tan caros, pues mija”. Los Porotos con riendas y más aún con chorizo, son un lujo por estos lados, pero el cielo y la vista, es la mejor del puerto. La poca electricidad hace resaltar las luces de la ciudad, el brillo del mar, los barcos que esperan, los caminos que se pierden hasta Viña del Mar. Esas peligrosas quebradas son también hermosas.
Comer lo que se planta y lo que se cría
Los cabros del improvisado kiosko, donde Yamilet reparte mercadería, me invitan a llevar porotos a un anciano, al que según dicen, se le salvó la casa, pero se le quemó la huerta.
Es de noche y hay que usar linternas. Caminamos por un pasillo a orillas del Cerro La Cruz, a la altura del paradero 9. Entre la oscuridad, el silencio y los escombros descubrimos carpas, personas que alojan y tímidos perros. La luna no alcanza alumbrar este lado escondido de la quebrada, la única luz que llega son las de otros cerros que no se quemaron tanto. 5 minutos por el serpenteante sendero llegamos a una pequeña casa, de latas y madera. Hay plantas secas y quemadas, cactus que sobrevivieron apenas y un chillido que parece de ratas. En un cajón de latas, hay un criadero de cuyis. ¿Será que se los come? Hay gente, en las quebradas, a 5 minutos del centro de Valparaíso, que come lo que planta y hay gente en las quebradas que también come lo que cría.
Esos flojos que comen pollo
¿Había luz, aquí antes del incendio? Pregunto. “Claro, estaba urbanizado. La misma gente aplanó un poco el cerro, levantó a pulso sus casas, de algún lado agua y después les pusieron luz.” me responden los voluntarios, que vienen del cerro Placeres. Ahora veo los cables y postes en el suelo.
Y descubro al lado del risco los pollos de concreto ahora desnudos, la loza rota entre las piedras, restos de rejas, restos de palos, restos de comida que muchos han llevado.
Hace dos días me visitó por primera vez una vecina, algo senil. Enfermera jubilada, esposa de marino. Iba por un favor y me contó su vida. Entre la verborrea, logré introducir una propuesta, como quien se mete entre la multitud en un concierto “Vecina, voy a ir a un albergue, si tiene frazadas puedo llevarlas” que ingenua yo, olvidaba los conciertos de himnos militares que a todo volumen nos ofrecían los fines de semana. “Nooo, si yo conozco a esa gente, son todos unos flojos. Llegan al hospital con la ropa rota, con los cabros chicos muertos de hambre, pero uno sube al cerro y están comiendo pollo asado pues. Nooo, si yo conozco a esa gente, se merecen lo que les pasó por flojos y mentirosos.” Dice mi amable vecina, que cree que los “ricos” comen pollo asado.
Regreso de ese recuerdo infame, a este milagroso momento. ¿Flojos? Esta gente construyó sus casas clavo por clavo, acarreó en los hombros cada palo, caminó a pie cada empinado metro de esta inhóspita tierra. Aquí levanto pilares, buscó agua, puso techo, crió hijos y los mandó a estudiar al plan. Muchos arrancaron de incendios anteriores, perdieron sus casas en aluviones y terremotos, y volvieron a levantar todo de nuevo, a pulso. Hay la gente en el plan, hay gente en la tele que no sabe lo que dice, y gente sentada frente a la tele, que cree lo que le dicen; hay que comer del mismo plato, hay que sentarse a la mesa, para saber de qué se trata todo esto que estamos viviendo.
Al terminar de escribir esto, ya pasó semana santa. Los huevos de chocolate reemplazaron al pan, y se escuchan dramáticos rumores sobre la evacuación forzada de la tomas en lo alto de La Cruz y Mariposas, pero eso es harina de otro costal.
Por Sofía Fernandez Mora – www.radioplaceres.cl